No es secreto que la gran mayoría de mis miedos, y quizás también los tuyos, giran en torno a la mirada del otro. Aprendí a transformarme y a ponerme máscaras para obtener la aprobación de los demás, para intentar cumplir con los estándares y seguir normas, para causar una “buena” impresión, para proyectarme como una persona “normal”.
Hace poco, en un reto de escritura basado en el tarot, pude ponerle nombre a ese miedo al “qué dirán”. Entendí que en realidad no le temo a lo que puedan decir, si no a la vergüenza y la culpa que me genera la idea de no poder cumplir con las expectativas de quién se supone que yo sea.
A mis 23 fui aceptada para cursar una maestría en francés en una universidad en Canadá. La reacción de mis padres1 no fue la que esperaba y, en menos de lo que canta un gallo, esa vida de estudiante en el exterior que me hizo ilusión durante un tiempo, desapareció.
Me dijeron que no podía lograr algo y así, sin cuestionar, lo tomé como cierto y lo convertí en mi realidad. Escogí quedarme dentro de una cajita de posibilidades limitadas que la sociedad había creado para mí a través de las creencias de mi familia.
Seguí mi vida observando a otras personas hacer cosas distintas mientras yo me enfocaba en llevar una vida “apropiada” para mí. No tenía idea de que dentro de mí existía el poder y la capacidad para escoger lo que era apropiado y lo que no.
Ante muchos deseos y posibilidades, siempre me detenía esa gran pregunta: “¿quién te crees que eres para hacer eso?”.
El haber comenzado a conocer quién soy en realidad sin máscaras ni prejuicios, y a querer honrar los deseos y las necesidades de esta versión más auténtica, sumó también una gran carga emocional. Tuve que hacerle frente a la vergüenza que me provoca el no querer/poder cumplir con todo aquello que es esperado/normal/aceptado (si es que no tiene sentido para mí).
“Shame drives two big tapes - "never good enough" - and, if you can talk it out of that one, "who do you think you are?"." - Brené Brown, Listening to Shame
Esa vergüenza hace que me cueste tanto expresarme y exponerme como soy. No porque no me crea capaz de lograr cosas, no porque no tenga nada bueno que ofrecer, si no porque la voz que toda la vida me instruyó a permanecer dentro de la cajita, aún me habla todos los días. Me habla a pesar de haberme dado cuenta que puedo lograr todo aquello que me proponga. Y lo peor no es que aún me hable, lo peor es que la escucho y la valido.
Abrirme a la idea de crear mi propia realidad, me presenta constantemente la oportunidad de vivir una vida de posibilidades. Una vida donde el éxito lo defino yo y donde intento tomar decisiones partiendo de lo que tengo dentro (intuición, deseos, necesidades), y no de lo que pudiera encontrar afuera (expectativas sociales, opiniones ajenas).
Al mismo tiempo tengo presente que retar lo establecido genera críticas, conflicto, opiniones no solicitadas, conversaciones incómodas, juicios injustos, entre otras interacciones que preferiría no experimentar. Ahí es donde está el reto, al menos para mí. Cuesta ser valiente para aceptar que nunca vamos a gustarle a todo el mundo. Toca tomar la decisión de silenciar esas voces, de escoger batallas, de aplicar todo lo que he aprendido en terapia y de transformar la vergüenza en algo positivo. Y eso no siempre es fácil lograrlo… pero ese es tema para otro día.
Mi relación con la vergüenza y la mirada del otro aún es un trabajo en progreso. Cuando le doy foro a esas voces, siento que hasta que todos los que me rodean no acepten y validen quien soy, no podré encarnar y manifestar en su totalidad esa parte extraordinaria de mí que me genera vergüenza.
Sin embargo, cuando intento cambiar ese discurso, puedo validar todo lo que hoy día creo sobre mí y sobre el poder que tengo de diseñar una vida que ame. A la vez que entro en ese estado de amor propio, auto confianza y aceptación, me siento inspirada para crear, confiada para compartir y flexible ante las cosas inesperadas.
Confío en que a medida pase el tiempo y ponga en práctica las cosas que ahora sé, pueda reprogramar mi cerebro completamente para que esa nueva mentalidad que estoy intentando adoptar, sea la única que esté presente en mi vida.
Yisus!!! Esta entrada acabó siendo más larga de lo que esperaba. Si llegaste hasta acá, ¡gracias por leerme!
Ahora conversemos (deja un comentario si deseas):
¿Alguna vez renunciaste a algo o a alguien por vergüenza a no cumplir con lo que entendías que se esperaba de ti? ¡Cuéntame!
Un poco de contexto: Mis padres no tenían ningún tipo de relación ni comunicación desde hacía muchos años pero decidieron contactarse para cuestionar mi decisión. Presumo que su “preocupación” giró en torno al factor económico pero yo nunca tuve intención de pedirles que me apoyaran de esa forma. El plan era solicitar préstamo estudiantil como hacen muchas personas para costear su educación. Aunque por mucho tiempo tuve resentimiento, me hice 100% responsable de la decisión que tomé, a pesar de haber estado influenciada por la opinión de mis padres. Ellos hicieron lo que en aquel momento entendían correcto partiendo de su conocimiento y de su propia experiencia de vida.
Esto es hermoso! Y las ilustraciones me matan de amor 😍😍😍, felicitaciones y que siga el diario de una impostora!!!
Te admiro! Admiro tu creatividad y la facilidad de palabra que tienes. Pero sobre todo, me gusta poder ver las cosas a través de tus ojos, que sin saberlo, son los ojos de muchos! ❤️